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Vale la pena perdonar


Muchas en este momento se preguntarán qué de similar puede haber entre dos conflictos ocurridos en países tan distantes geográficamente: Colombia, en América del Sur, y Ruanda, en el distante continente africano. Es verdad, en Ruanda, se vivió un conflicto que a los ojos de muchos fue breve, imperceptible y casi efímero, mientras que aquí, en Colombia, hemos vivido uno desde hace más de cinco décadas. ¿Acaso el dolor sufrido es directamente proporcional al tiempo transcurrido? En Ruanda, en cien días, se exterminaron alrededor de un millón de personas. UN MILLÓN. En Colombia, el conflicto ha dejado una cifra de 220.000 muertos, es decir, un aproximado de doce muertos por día durante 52 años. Esto no quiere decir que uno haya sido más atroz que el otro, o que el sufrimiento en uno haya sido mayor. El dolor no distingue entre etnias, países o ideologías, y es independiente de las cifras anteriormente mostradas.


Así como el dolor puede generar odio y resentimiento, de la misma manera es capaz de transformarse en perdón. El dolor lo sienten todos los animales, incluyendo los humanos. Es simplemente una construcción de nuestros sentidos. Sin embargo, el perdón lleva al hombre a un estado mayor al que pueden llegar todos los demás organismos. El perdón, al igual que el dolor, es universal, pero esto no significa que sea algo ya existente. Todos nosotros tenemos las mismas capacidades generar perdón y por lo tanto, aunque difícil de concebir, es posible.


¿Cómo comparar 310.000 víctimas colombianas causadas por las FARC-EP con 1’000.000 de víctimas en Ruanda? ¿Cómo conectar 25.000 casos de desaparecidos en nuestro país con los 250.000 de casos existentes de desaparecidos de un país africano? ¿Cómo encontrar similitud entre los 5’700.000 millones de desplazados en Colombia y los 3’700.000 de desplazados en el territorio ruandés? ¿Cómo traer a colación el conflicto colombiano con cincuenta años de antigüedad cuando se piensa en el genocidio de Ruanda entre los meses de abril, mayo, junio y julio de 1994? Puede sonar absurdo e inclusive imposible poder comparar dos catástrofes algunas veces tan semejantes pero otras veces tan distintas, pero es importante recordar que somos todos iguales. Todos los humanos gozamos y sufrimos de la misma felicidad y del mismo sufrimiento. No, no son los mismos conflictos, pero ambos buscan insaciablemente el perdón.


Sincero perdón sólo hay uno y esto nos hace cuestionarnos: ¿cómo perdonar tanto dolor causado por un odio ciego descarriado en violencia inconmensurada? No pretendemos demeritar el sufrimiento ni la violencia generada en Ruanda sino aprender de sus valiosas reflexiones. La construcción de paz con base en un perdón sincero no fue fácil en aquel país africano y no pretendemos que lo sea en el nuestro, pero del mismo modo que la playa está conformada por pequeños granitos de arena, el perdón total y la construcción absoluta de paz están hechos por los pequeños compromisos de cada una de nosotras. No conocemos las verdades absolutas del universo ni tenemos respuestas totales sobre lo que pueda ocurrir en el futuro de nuestra sociedad herida por el conflicto, pero sí les queremos recordar: vale la pena perdonar.

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