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Postre de notas: Hacer sociedad

Este postre de notas se lo dedico a todas aquellas que en una reunión social pueden y tienen la capacidad de hablar y relacionarse con un desconocido sin ningún problema. Solo si las demás personas les hablan primero. Je-je.


Empecemos por el principio: la presión social que llamamos “hacer amistades”. Este, como todo buen problema, está dividido en dos clases, dos bandos, por decirlo así: las extrovertidas y las introvertidas. En un lenguaje menos psicológico, el primer grupo se generaliza como las sociables, y el segundo como las asociales. Sin embargo, en mi humilde opinión, esta división representa más que clases, etapas de una amistad. Pero pues qué sé yo (no soy 100tífica), recuerden que esto lo está escribiendo una especie salvaje que se da muy raramente en el Gimnasio Femenino. Una ermitaña de maestría experta en el arte de quedarse los viernes en la casa. En el primer paso de hacer amigos, osea conocerlos, podrías llegar a tener un pequeño sentimiento que te impide ser tan sociables como la reina de la lenteja; la timidez.


En ese punto eres introvertida, y por lo tanto pareciera mucha veces que eres asocial; evitas que te noten, como una especie que se ve amenazada por un nuevo organismo en su hábitat que te puede ver como su cena, o su amigo. Evalúas la situación. Y por evaluarla me refiero a preguntarse las dos cuestiones de oro en relaciones públicas: si quiero conocer a esta persona es: ¿qué excusa busca para acercarme y no verme rara? Y si no quiero conocerla ¿será que me vio para poder irme sin que me juzgue el grupo como antipática? Sin importar cuál de las dos preguntas busques resolver, te darás cuenta de que ambas se centran en el miedo por no quedar mal ante el público. Irónicamente eso es lo que te da más probabilidades de quedar peor. Porque es la timidez, el miedo ante las personas el cual empuja a todas tus neuronas en una esquina de tu cerebro, y deja a tu neurona lengüithopa envalentonada hacer el resto del trabajo. Para que lo entiendas, ella es la que se encarga de que cuando alguien quiere saludarte, le espiches la barriga, porque tú diste la mano, y te iban a dar un abrazo; o cuando una persona alza la mano para saludar, tú respondes el saludo y luego te das cuenta que era para alguien atrás tuyo.


Lo más gracioso de esta situación es que solo puede ir peor cuando intentas arreglarla. En la crueldad de la humanidad, aceptémoslo, no hay nada más gracioso que ver cómo una persona trata de arreglar su oso. Es como enmendar la escapada de un gas que hace aplaudir los cachetes de tu colita en el inmenso silencio de tu salón en clase. Ocurre, tú sabes que pasó, primero miras a ver si alguien lo notó, y si alguien lo hizo, te camuflas en formas ridículas como culpar a alguien más, o te haces el que no lo notas cuando todas dicen, “uy, oigan, ¿sí saben?, tengan consideración”.


Pasada esa fase, donde tus otras neuronas que estaban atrás escondidas comienzan a quitarle el control a tu neurona envalentonada poco a poco como un paciente de psiquiatría, ya puedes ser tú misma, y eso es lo que se llama ser extrovertida. Así que no te preocupes: aunque a algunos nos dure más el dominio de nuestra neurona lengüithopa, a todos nos pasa. Todas podemos hacer amigos tarde o temprano.

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